lunes, 6 de abril de 2009

Amistades Peligrosas

Yo tenía un amigo. La amistad es aquel tesoro del que se puede presumir sin riesgo de ser considerado prepotente, es lo anhelado por todo ser sociable por naturaleza: el hombre. Tener un amigo es una suerte, es tener la seguridad de que siempre habrá alguien ahí mirando por ti, atento a tus pasos y pendiente de tus caídas para ser la mano que te ayude a levantarte. Pero también es verdad que la amistad de verdad compromete.
Yo tenía un amigo, o eso solía creer, quería creer. Un amigo de los de toda la vida, los que son como hermanos, de hecho nos llamábamos hermano el uno al otro. Sin embargo, siempre que mi amigo estaba cerca pasaban cosas extrañas. Un día, otros amigos a los que les había presentado a mi amigo empezaron a desaparecer poco a poco, cada vez se alejaban más y contactar con ellos para cualquier cosa era una tarea casi imposible, al menos para mi, pues luego supe que mi amigo era quien hacía ahora planes con ellos. En otra ocasión, entramos en un concurrido bar y toda la gente empezó a susurrar mientras lanzaban cariñosas miradas de reproche. Yo no entendía muy bien lo que pasaba, no era del todo consciente, y prefería entender aquello como simples muestras de envidia. Después de todo, yo tenía un amigo de verdad y ellos no...¿no?
El tiempo pasó y por circunstancias de la vida nuestros caminos tomaron direcciones diferentes, casi opuestas me atrevería a decir, es más, geográficamente, del todo opuestas: él en un extremo del mapa y yo en el otro. Nos veíamos cada tres meses más o menos pero cada vez con menos ganas. Al cabo del tiempo empezamos a dejar de ser amigos. Yo no entendía muy bien porqué, pero ciertos olor a gato encerrado empezaba a alertarme de que todas aquellas situaciones incomprensibles pocos meses atrás eran síntomas de que desde un principio nuestra amistad estaba destinada a acabar en polos diametralmente opuestos e irreconciliables. Cierto día volví a mi ciudad y fue entonces cuando todo cobró sentido, abrí los ojos y entendí tantos distancias, reproches y silencios, “silencios que son la mejor forma de mentir”. Un amigo que antes era más mío que suyo pero que ahora era más suyo que mío comentó en una cena que “teniendo un amigo como él que se esfuerza por hundir la imagen que todos teníamos de ti”, no entendían porqué me resultaba tan doloroso admitir que nuestra amistad se iba al carajo. Pregunté a qué se refería con eso y entonces me empezaron a caer litros y más litros de agua helada sobre la cabeza.
“La familia no se elige, los amigos sí”. Y tanto, la familia no traiciona (casi nunca), los “amigos” sí.
“Estoy contento de poder llamarle amigo mío” ha dicho Obama de Zapatero. Cuidado.

2 comentarios:

B dijo...

Agregame mongolito, si viera jlori lo que nos hemos aficionado a la blogosfera...

Eric Mas dijo...

:O